
En la vida de una ciudad, hay territorios que permanecen a la sombra. Lugares donde los relojes avanzan más lento, donde las rutinas son rígidas, los silencios pesan y la esperanza se sostiene en pequeños gestos. Tras los muros de la Cárcel La Modelo habita una realidad distante para muchos, pero profundamente humana para quienes la viven día a día. Hasta allí decidió llegar la Alcaldía Local de Puente Aranda con una convicción clara: la prevención, el bienestar y el acompañamiento emocional también son un derecho para quienes se encuentran privados de la libertad.

Bajo el marco del Proyecto 2468, orientado a disminuir el riesgo de consumo de sustancias psicoactivas en la localidad, se puso en marcha un proceso formativo que trascendió la noción de un simple taller. Fue una intervención integral, humana y transformadora, que buscó abrir ventanas en un entorno marcado por el encierro. El equipo de Planeación – Salud (componente SPA), junto con el Fondo de Desarrollo Local, ingresó a La Modelo con la certeza de que las acciones de cuidado deben llegar a todos los territorios, incluso aquellos donde la vulnerabilidad es más profunda.
Desde la primera sesión, los participantes encontraron un espacio distinto, casi un paréntesis dentro de la rutina carcelaria. El aula improvisada se llenó de miradas expectantes, algunas desconfiadas, otras curiosas, muchas profundamente necesitadas de escucha. Allí, entre cuadernos, sillas metálicas y una luz tenue que entraba desde el pasillo, comenzaron a hablar de riesgos, de emociones, de decisiones, de vida. No era fácil. Cada reflexión removía experiencias pasadas, elecciones difíciles, dolores que todavía dolían. Pero en ese ambiente contenido nació también un ejercicio de reconocimiento personal.
Los formadores no llegaron con sermones ni juicios. Llegaron con empatía. Hablaban de ansiedad, de frustración, de angustias que, en un contexto de encierro, se amplifican. Explicaban cómo manejar esas sensaciones, cómo respirar cuando la mente se agita, cómo reconocer el propio cuerpo como un espacio posible de calma. Propusieron herramientas sencillas para gestionar emociones, hábitos para fortalecer el bienestar, ejercicios para reencontrarse con uno mismo. Y en la medida en que avanzaba el proceso, los participantes comenzaron a abrirse: a compartir sus temores, sus culpas, pero también sus deseos de cambio.
Cada sesión se convirtió en un acto de resistencia emocional. Los hombres que asistían al proceso lograron identificar riesgos asociados al consumo de sustancias, pero, sobre todo, lograron entender las raíces de esas decisiones. Algunos hablaron del peso de antiguas amistades; otros, de la necesidad de evadir el dolor; otros, del impulso que emerge cuando se sienten sin rumbo. Allí se habló de afrontamiento, de resiliencia, de cómo reescribir una historia incluso cuando parece demasiado tarde.

Quizá uno de los momentos más simbólicos llegó cuando uno de los participantes, después de un ejercicio de visualización del futuro, dijo en voz baja: “Yo no sabía que todavía podía imaginar algo distinto para mí”. Ese instante resumió el sentido profundo de la intervención. No se trataba solo de prevenir conductas, sino de devolver la posibilidad de soñar, de proyectarse, de reconocerse digno.
El cierre del proceso fue un momento cargado de significado. No hubo celebraciones ruidosas ni discursos grandilocuentes, pero sí una atmósfera de gratitud y reflexión. Para muchos, fue la primera vez en años que se sintieron escuchados, acompañados y vistos más allá de sus circunstancias. Para la Alcaldía Local, fue la confirmación de que la política pública también puede ser un puente hacia la humanidad.
Este trabajo dejó aprendizajes esenciales. Recordó que la prevención es más efectiva cuando se construye desde la empatía, que la salud mental debe estar presente en todos los territorios y que los contextos de encierro no pueden seguir siendo espacios invisibles en la agenda pública. Cada actividad desarrollada permitió ver que transformar vidas requiere tiempo, constancia y un respeto profundo por las historias de quienes han vivido al límite.
La experiencia en La Modelo abrió reflexiones sobre el rol institucional en estos escenarios. ¿Qué significa acompañar? ¿Qué implica reconocer la dignidad de quienes han sido señalados, olvidados o estigmatizados? ¿Cómo construir bienestar emocional en medio del encierro? La respuesta apareció en cada sesión: acompañar es estar, escuchar, orientar y creer que la transformación es posible incluso en entornos marcados por la dificultad.
La Alcaldía Local de Puente Aranda, impulsada por esta experiencia, reafirma su compromiso de seguir desarrollando procesos que fortalezcan el bienestar emocional y prevengan el consumo, tanto en la comunidad como en aquellos lugares donde el sufrimiento suele esconderse detrás de rejas y puertas cerradas. El Proyecto 2468 se consolida así como una apuesta valiente por una gestión pública más humana, más sensible y más cercana a quienes, pese a sus circunstancias, siguen siendo parte del entramado social de la localidad.
Al finalizar el proceso, quedó una certeza compartida: en La Modelo, aunque los muros limiten los movimientos, no logran detener las posibilidades de cambio. Entre reflexiones, silencios y palabras cuidadosas, se sembraron semillas de esperanza. Semillas pequeñas, sí, pero firmes. De esas que pueden crecer aun en terrenos difíciles. De esas que recuerdan que la transformación social empieza por reconocer la dignidad del otro, incluso —y especialmente— cuando el mundo parece haberla olvidado.
